Cotilleo la vida de Virginia Woolf



No sé si es la edad o si siempre he sido así y no me daba cuenta, el caso es que desde hace unos años me encanta leer diarios, cartas, confesiones y demás de escritores y, lo más curioso es que no tienen por qué ser escritores de los que me guste leer su obra. Me explico un poco: últimamente cotilleo la vida de Virginia Woolf sin miramientos.

Antes de Virginia, me dio por la correspondencia de Julio Cortázar, del que sólo he leído Rayuela, y tampoco entera, aunque me dio por perseguir una edición un tanto antigua y muy esquiva por todas las ferias de libros de ocasión y librerías de viejo que me encontraba. Algún día me tendré que hacer mirar esa obsesión mía por esa edición. Fui parada por parada, tanto en Madrid como en Valencia, enseñando una foto del libro deseado sin conseguirlo. No os cuento la carita con la que muchos me miraban... creo que más de uno se reconoció en mi locura.

Otra forma de cotilleo en vida ajena es leer el Mientras leo de Stephen King, o De qué hablo cuando hablo de escribir, de Murakami, aunque en ese caso no estoy profanando la confianza que una persona depositó en sus páginas blancas y que después salieron a la luz tras su muerte.

De todos modos, por mucho que estos últimos desnuden su alma sabedores de que vamos a ser legión los lectores, no deja de ser cotilleo. ¿Por qué encontramos los enamorados de las letras tanto placer en leer las confesiones íntimas de los grandes escritores?

Pero yo he venido aquí a hablar de El diario de Virginia Woolf Vol. 1 (1915-1919), editado hace unos pocos meses por Tres Hermanas. A hablar del libro y de mi particular visión sobre él. No soy una experta en la autora, de la que sólo he leído Una habitación propia y Orlando, ni en la literatura de la época... ni siquiera soy una experta en literatura en general. Tan sólo soy una lectora empedernida y una escritora que hace lo que puede.

El libro es una pequeña maravilla, o no tan pequeña porque estamos hablando de 613 páginas. ¿Sabéis cuántos meses hacía que no lamentaba tanto ver cómo, poco a poco, iban menguando las páginas que restaban? La cubierta es una delicia y el papel es tan suave, con un tono color crema tan cálido... 

Si vamos a lo importante, al diario de Virginia en sí, tengo que reconocer que al principio me desconcertó con sus frases cortas, tan cortas que me resultaban crípticas. Las entradas diarias ocupaban apenas una página y yo quería saber más de ella, no de las cuitas de sus amigos y conocidos, de los que igual era una crítica mordaz que la mejor de las consejeras.



El diario comienza el viernes 1 de enero de 2015 y una de mis frases preferidas aparece el día 5 cuando cita a su hermana Vanessa que, quejándose del servicio, le dice que la limpieza es un fetiche que no merece adoración. Creo que encontré a mi alma gemela en ese párrafo.

Es extraño leer de su mano cómo era vivir en Londres y alrededores durante la Primera Guerra Mundial. El pánico por los bombardeos, las estrecheces por los racionamientos, las pérdidas de conocidos y amigos... nada parece perturbar a Virginia, como si dejar que esas cosas afectaran a uno fuera cosa de gente con poca clase, o poco seso. Habrá quien piense que era una snob, una pretenciosa, una señorita de familia bien que en su juventud había jugado a ser hippie (lo que después sería serlo) con sus otros amigos también de familia bien. Pero Virginia era, simplemente, Virginia.

Adoro el tándem que forma con su marido, Leonard. Son, o parecen ser, o debería ser si pensamos que un diario debe de ser sincero aunque sus editores advierten que la sinceridad no era su fuerte, un mecanismo bien engrasado. Cada uno con su vida social, con sus reuniones, con sus cenas, amigos e intereses privados además de todo cuanto emprendían en común, como su pequeña Hogarth Press.

Imagino a Leonard como un compañero fiel, respetuoso con la personalidad tan frágil y tan fuerte al mismo tiempo de su mujer. Puedo verle sentado frente a ella en la mesa durante algunas de las pocas cenas a solas que disfrutaban (¿cómo soportaban tener tantas visitas?), escuchando sus maliciosos comentarios sobre uno y otro amigo, sus profundos exámenes sobre la prosa de aquel otro, o quejándose del montón de libros por reseñar.

Porque esa es otra, ¿cómo podía reseñar, con la calidad y agudeza que se esperaba de ella, varios libros cada semana? Además, también escribía extensos artículos, montaba páginas para imprimirlas junto a su marido... y escribía.


La Virginia escritora apenas asoma en este primer volumen. Aunque su prosa en el propio diario evoluciona y sus frases se vuelven más poéticas, más largas, más embelesadoras. Se nota que disfruta con el hábito de escribir su diario y alarga el tiempo que le dedica. Hay que estudiar con detenimiento sus descripciones, tan peculiares. Es preciso pararse a disfrutar con las imágenes que crea en la mente del lector que las paladea. Definitivamente, a quien sus novelas no resulten atractivas debería perderse en sus diarios para aprender a decir aquello no tan obvio pero mil veces más importante; hay una gran lección de escritura casi en cada página. 

Habla muy poco de las novelas que va escribiendo y publicando durante esos años. No disimula su nerviosismo tras la publicación de Noche y día, cree que va a ser un fracaso, que no van a pedir más ejemplares, hasta que empiezan a llegar las reseñas positivas y aumentan los ejemplares solicitados, y en Norteamérica se interesan por su obra. Ahí Virginia resplandece. Todo les va bien en esa época, Leonard triunfa allá por donde pasa, Hogarth Press va cogiendo carrerilla, se compran una casa en el campo.

Es un contraste puro entre la mujer aquejada de crisis de locura, fuera eso lo que fuera, que apenas podía salir de la cama durante semanas, y la mujer de piernas fuertes como sus ideas, la que hacía kilómetros paseando a pie o en bicicleta. La que caminaba medio Londres al encuentro de sus amigos tras una visita a la biblioteca. ¿Cómo lo hacían ella y su marido para encontrarse sin teléfonos móviles después de haber pasado el día entero de acá para allá cada uno por su cuenta? Me recuerdan un poco a Oliveira y la Maga, de Rayuela, que no quedaban porque eso era de gente normal, pero caminaban para encontrarse.








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