Falcó versus Mejías. O de cómo crear dos protagonistas inolvidables

Se me ha pasado por la cabeza la locuela idea de hablar de cómo debe ser un protagonista de novela policíaca comparando a dos personajes carismáticos que andan estos días en las mesas de novedades.

Imagen de Casa del Libro
Imagen de Casa del Libro

Hace dos semanas hablé sobre mis lecturas del mes de octubre. En esa entrada ya me explayé a gusto sobre lo mucho que me había gustado la última novela de Pérez-Reverte. En cuanto terminé Falcó, cogí con ansia otra novela a la que le tenía muchas ganas. El jardín de cartón es la segunda novela donde Santiago Álvarez recrea las andanzas de su detective privado Vicente Mejías. Hablaré con más detenimiento de ella en el resumen del mes de noviembre, pero creo que debo dar unas pinceladas para que nos situemos.

El jardín de cartón sigue a La ciudad de la memoria. Las dos transcurren en la ciudad de Valencia en su mayor parte. Como protagonistas de las dos, y espero que de muchas más, tenemos al detective Mejías y a su ayudante Berta. De Berta no voy a ocuparme, aunque es un personaje sorprendente, porque no es el objeto de esta entrada, pero ya digo que merece una sólo para ella. El autor de estas trepidantes novelas policíacas es Santiago Álvarez, una de las personas más fascinantes que he conocido en los últimos meses. Acudí a un mini-taller de novela policíaca que impartía, me crucé con él en la Feria del Libro, y acudí toda emocionada a la presentación de esta última novela. Ya lo puse por redes sociales, porque aluciné, y ahora me repito, pero es que la presentación tuvo de todo, incluso tocó la guitarra y cantó...  Ayss, que me voy del tema.


La cuestión es que sus dos personajes protagonistas, Vicente Mejías y Lorenzo Falcó se parecen en muchas cosas, aunque algunas estén un poco ocultas. Son casi, protagonistas de manual, en el mejor sentido de la expresión, porque incluso los tópicos están utilizados a propósito y con mucha inteligencia.

Para empezar, aunque no tenemos una imagen de Mejías, sabemos al leer las novelas que bien podría ir vestido como Falcó en la cubierta: a lo Bogart. Es más, su pobre gabardina pasa las de Caín en esta segunda entrega. Falcó viste a la última moda de su tiempo, los años 30, con una elegancia exquisita y un montón de detalles caros. Se junta una buena cuna y una profesión de riesgo bien pagada. Mejías no tiene tanta suerte, viste a lo Bogart y su despacho destila amor por la mejor época del cine negro americano, porque ha hecho de esa excentricidad una forma de sobrevivir. Cada cual se refugia, se sumerge, en lo que puede para salir adelante cuando la realidad que le rodea le supera y le asquea a partes iguales. Ya desde la primera novela intuimos que algo muy duro le ha pasado a nuestro detective.

Dirigió un último vistazo en torno, cogió el abrigo, la bufanda blanca y el sombrero flexible negro, y apagó la luz antes de salir de la habitación. Mientras caminaba por el pasillo, el recuerdo placentero de que la Browning 1910 había sido el modelo de arma utilizada por el serbio Gavrilo Princip para asesinar al archiduque Francisco Fernando en Sarajevo, desencadenando la Primera Guerra Mundial, le arrancó una sonrisa cruel. Además de la ropa cara, los cigarrillos ingleses, los objetos de plata y cuero, los analgésicos para el dolor de cabeza, la vida incierta y las mujeres hermosas, a Lorenzo Falcó le gustaban las cosas salpimentadas con detalles. Con solera. 

En cuanto a la forma de presentarnos a los personajes, los autores han optado por fórmulas diferentes. De Falcó sabemos su pasado, el cómo ha llegado a trabajar como espía del bando nacional, conocemos hasta sus gamberradas de juventud. Obviamente, se ve muy claro que en próximas novelas iremos descubriendo mucho más sobre él, otras aventuras pasadas que saldrán a colación y demás. De Mejías, apenas sabemos nada. Se ha colocado una armadura en forma de gabardina y poco podemos entrever entre los desgarrones. Además, mientras Falcó tiene "amigos" con los que habla y, gracias a ello, sabemos gran parte de lo que piensa o siente, Mejías apenas charla con su camarero favorito y poco más, y no habla de sí mismo, como si temiera que se le desabrocharan las protecciones.

Los dos se venden al mejor postor, viven de ello, pero a los dos les gusta mantener la ilusión (porque muchas veces no es más que una ilusión creer que somos independientes de algún modo) de que a ellos no les compra nadie si ellos no quieren. En el fondo tienen que hacer lo que tienen que hacer para sobrevivir, porque sus vidas son así, porque no conocen otra forma de vivir ni quieren buscarla. Pese a ello, y aunque parezca a veces algo imposible, los dos tienen sus principios, sus lealtades. Tal vez Santiago Álvarez juegue más con los dilemas internos de su protagonista. Tal vez por eso se le coja tanto cariño a Mejías. Falcó es más duro, tiene las cosas más claras, su interior y su pasado no le duelen como a Mejías.

Falcó es duro, es calculador, es inteligente, seductor, es un hombre que cumple órdenes aunque duelan pero que se salta a quien sea por ser leal a quien, de alguna manera, lo ha sido con él o a quien admira por su temple. Mejías aguanta palizas como el que más pero no es duro por más que quiera. No es seductor, cumple órdenes si le da la gana, nunca sabes por dónde te va a salir. Es inteligente pero tiene un batiburrillo mental de tres pares de narices. Por ejemplo, su ayudante, Berta, es lo mejor que le ha pasado en mucho tiempo pero es incapaz de ser amable con ella aunque sabemos que se le cae la baba con las cualidades de la chica.

Sabía cómo actuar: se miraría frente al espejo, asumiría el aspecto vagamente rastrero de su indumentaria y armaría la misma sonrisa que estrellaba contra el mundo cada puto día. Pondría a Berta en su sitio, se burlaría de su ropa, atajaría cada argumento de la muchacha, que ya se iban conociendo, y dejaría que creyese que su jefe era un canalla sin corazón, un capullo que se movía exclusivamente por lealtad a sí mismo.

En resumen, ¿qué saco en claro de todo esto a la hora de crear mis propios protagonistas?

  • Debo caracterizarles con indumentaria o detalles concretos que reflejen 100 % su personalidad, su profesión, su modo de vida. Tres, cuatro detalles, como Indiana Jones con el sombrero y el látigo y su sonrisa de medio lado.
  • Deben tener un pasado, marcas buenas y malas, cicatrices en el alma. Deben ser como son por algo, aunque no lo cuenten de forma explícita.
  • Debo darles la oportunidad de pensar sólo en sí mismos, de ser egoístas, errar y redimirse si quieren.
  • Debo regalarles personajes secundarios y antagonistas a su altura, que saquen de ellos lo mejor y lo peor.
  • Y la última y, tal vez, la más importante: debo enseñarles a pelear estilo ninja para que no terminen con tantas costillas rotas como esos dos de los que hemos hablado 😎

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